Víctor Gaviria: el poeta que convirtió el dolor en cine
 
                En las calles de Medellín, entre el ruido de los buses y los silencios de los barrios humildes, nació una mirada distinta: la de Víctor Gaviria. Desde joven, mientras otros soñaban con escapar de la ciudad, él soñaba con entenderla. Con una libreta en la mano y una cámara al hombro, empezó a retratar lo que muchos no querían ver: la belleza escondida en la dureza, la ternura dentro del caos.

De izquierda a derecha: Rito Alberto Torres, un experto colombiano en patrimonio cinematográfico, Victor Morales, director del Festival de Cine de Oriente; Victor Gaviria, cineasta, poeta y escritor colombiano; Liliana “Chiqui” Sierra y Carlos “Villada” Duque, de Elextramedios.com
Poeta antes que cineasta, Víctor aprendió que las palabras también podían tener rostro. Así nacieron sus películas Rodrigo D: No futuro, La vendedora de rosas, Sumas y restas, La mujer del animal, historias que no solo mostraban la realidad, sino que la acariciaban con respeto y verdad. No usó actores famosos; prefirió los rostros auténticos, las voces quebradas, las miradas que cuentan más que un guion.


Gaviria no filmó para hacer llorar, sino para sanar. Cada plano suyo es una carta de amor a los olvidados, un intento de decirle al mundo que la esperanza también vive en las calles donde falta todo, menos el alma. Por eso, sus películas no son solo cine: son testimonio, poesía y memoria.
Hoy, cuando se le nombra, no solo se habla de un director premiado en Cannes o admirado en todo el mundo. Se habla del hombre que enseñó que el arte puede abrazar, que el cine puede rescatar y que la dignidad humana puede brillar incluso en la oscuridad.
Víctor Gaviria es, sobre todo, un sembrador de historias verdaderas esas que florecen en el corazón de quienes alguna vez creyeron que no tenían voz.





 
                                             
                                            