Alerta en Colombia: trastornos alimentarios afectan a jóvenes y urge una respuesta integral ya

En Colombia, hablar abiertamente sobre los trastornos de la conducta alimentaria (TCA) aún es tabú. Pero una reciente investigación liderada por Tatiana Castañeda Quirama, docente del Politécnico Grancolombiano, en alianza con la Unidad de TCA de la Clínica CIGE en Medellín, nos muestra una radiografía precisa —y preocupante— de lo que ocurre entre bastidores del sistema de salud mental del país.
¿Quiénes están siendo afectadas? Mujeres jóvenes, muchas en silencio.
El estudio, que hizo seguimiento a 130 pacientes, revela que el 94% eran mujeres con una edad promedio de 17 años. Muchas de ellas, aún en bachillerato o apenas iniciando la universidad, cargaban con algo más que preocupaciones académicas: ideación suicida, ansiedad, depresión y baja atención en salud mental fueron solo algunas de las alarmas encendidas.
Anorexia y bulimia lideran las estadísticas. La anorexia nerviosa afectó a casi el 60% de las pacientes, mientras que la bulimia estuvo presente en el 28%. A esto se suman otras condiciones como trastorno límite de la personalidad, que agravan el cuadro clínico y dificultan el diagnóstico temprano.
¿Por qué comienza un TCA?
El detonante más común: la insatisfacción corporal. Pero no está sola. A ella se le suman ideales de delgadez impuestos por la familia, el entorno social y los medios, miedo al rechazo y comportamientos extremos como dietas restrictivas, consumo de pastillas y conductas purgativas. Todo esto configura un panorama complejo que exige más que buenos deseos: necesita acción y prevención real.
¿La buena noticia? El tratamiento ambulatorio funciona. Y funciona muy bien.
Uno de los hallazgos más esperanzadores es que el modelo intensivo ambulatorio e interdisciplinario aplicado en Medellín logró que el 44.3% de las pacientes entraran en remisión total en solo 18 meses. Un resultado que incluso supera estándares internacionales, demostrando que sí es posible una recuperación sólida si se cuenta con un enfoque profesional y constante.
Además, solo el 5% necesitó hospitalización (muy por debajo del promedio internacional del 26%) y las recaídas fueron mínimas, con apenas un 2.3%. En un sistema de salud con recursos limitados, este enfoque es eficaz, sostenible y humano.
No es solo un problema clínico. Es una urgencia social.
La investigación también deja un mensaje claro: Colombia necesita reforzar su política pública en salud mental. Aunque existen normas, como el acuerdo 221 de 2006, la implementación es insuficiente. No hay suficientes centros especializados, ni indicadores que permitan evaluar las acciones actuales.
Tatiana Castañeda insiste en que la recuperación es posible, pero solo si se aplican protocolos estandarizados y se inicia la intervención de manera temprana. Más allá de las estadísticas, hablamos de historias de vida, de jóvenes que hoy pueden decir que dejaron atrás el dolor, la culpa y el miedo.
¿Y la verdadera prevención? Educación, aceptación y entornos sanos.
La prevención no comienza con más restricciones o dietas milagrosas. Comienza con una educación emocional real, con aceptación corporal y con familias, colegios y redes sociales que no refuercen estereotipos tóxicos. Necesitamos hablar del tema, sin miedo ni tabúes. Solo así lograremos que más jóvenes encuentren el apoyo que merecen.