Internet, entre la bendición y la maldición.
Un documental de Funcas refleja cómo la formación es fundamental para evitar el “lado oscuro” de la red.
Dice la psicóloga Julia Brailovskaia, del Centro de Investigación y Tratamiento de Salud Mental de la Ruhr-Universität Bochum, que el teléfono inteligente y el resto de los dispositivos de acceso a internet son “tanto una bendición como una maldición”. Según un informe de la Fundación FAD Juventud, es una herramienta fundamental y diaria de comunicación (84,1%), búsqueda de información (83,6%) y ocio (79,9%). Pero, como toda herramienta, necesita un manual de instrucciones que, de ignorarse, puede llegar a generar estrés, adicción, imágenes irreales, frustración, pérdida de autoestima, reducción de la actividad física, aislamiento y desinformación que condiciona la visión del mundo y la toma de decisiones. Según los expertos que han participado en el documental Like / dislike, producido por el centro de investigación económica y social Funcas y Deer Watson Films, la tecnología está ahí y la solución no es ignorarla, sino saber usarla.
Brailovskaia, autora principal de un estudio en Journal of Experimental Psychology: Applied, apunta una primera medida: “No es necesario renunciar al móvil para sentirse mejor. Debe haber un uso diario óptimo”. Según los resultados de este trabajo, quienes reducen su utilización al menos una hora al día registran mejoras en el bienestar.
Pero la reducción del tiempo de uso es una solución obviamente temporal, parcial, insuficiente e ineficaz, ya que la utilización de internet es irrenunciable. Lo más importante es que, cuando se utilice, se conozca cómo funciona y qué efectos produce. Un equipo de la Universidad de Yale publicó un estudio en Science Advances en el que identifica un mecanismo perverso de las redes sociales por el que, según Molly Crockett, del Departamento de Psicología y coautora del trabajo, “las plataformas reflejan lo que está sucediendo en la sociedad, pero también crean incentivos que cambian la forma en que los usuarios reaccionan a lo largo del tiempo”.
De esta forma, la investigación refleja cómo las redes pueden ser una fuente para el bien social, motivando la cooperación, estimulando el cambio o promoviendo la recriminación de determinadas actitudes (como el machismo o la xenofobia). Pero también, según los autores, tiene un lado oscuro, contribuyendo al acoso de los grupos minoritarios, la propagación de la desinformación y la polarización política”.
El efecto perverso que lleva de un lado a otro, de acuerdo con este estudio, se fundamenta en que los usuarios cuyas opiniones son más compartidas o reciben más “me gusta” son aquellos con un discurso menos constructivo. Los usuarios detectan esta desviación y, según Crockett, “los grupos moderados pueden radicalizarse con el tiempo”.
Otro experimento en esta línea, realizado por la Universidad de Nueva York y publicado en Nature Comunications, simuló una red social y descubrió que, quienes recibían más reacciones tendían a publicar más. “Nuestros hallazgos pueden ayudar a comprender mejor por qué las redes sociales dominan la vida cotidiana de tantas personas y también pueden proporcionar pistas para formas de abordar el comportamiento excesivo en línea”, dice Björn R Lindström, de la Universidad de Ámsterdam y autor principal del artículo.
Con estos dos experimentos se anticipan las causas de la mayor dependencia de las redes y cómo esta condiciona lo que se publica, que persigue más adhesiones y reacciones que una comunicación convencional y aunque no sea real.
En este sentido, la actriz Marta Etura, que ha participado en el documental Like / dislike sin filtros y con la imagen más natural, explica: “Las redes sociales tienen una parte que a mí no me gusta: la de mostrar solo lo bonito. La sociedad tiende a clasificar los sentimientos como buenos o malos, bonitos o feos y nos invita a crear una realidad paralela que no es real y puede generar confusión cuando uno está en un lugar vulnerable o está en fase de desarrollo, como es el caso de los adolescentes”.
Por: EL PAÍS