El mundial de Qatar se merece un boicot.
Por JORGE SENIOR
Después de seis partidos y más de 565 minutos sin marcar gol, la Selección Colombia, que milagrosamente se había mantenido en zona de repechaje, se encuentra por fuera de la clasificación. Apenas justo, dado el bajo nivel mostrado por el equipo de Rueda. Faltando 9 puntos por disputarse y teniendo como rivales dos derrotables (en teoría) como Venezuela y Bolivia, las esperanzas no se han perdido del todo, pero hay que reconocer que el panorama está bien oscuro.
Como la zorra de la fábula atribuida a Esopo, nos toca consolarnos ante la probabilidad de quedar por fuera de la gran fiesta del fútbol. A finales de este año los ojos del mundo estarán puestos en Qatar y los colombianos no seremos la excepción, aunque no disfrutemos de las emociones que nuestro equipo nos ha dado en la cancha durante seis participaciones mundialistas.
Sin tantas distracciones, tendremos entonces la oportunidad de examinar críticamente y sin tapujos un país monárquico, antidemocrático, que viola los derechos humanos, oprime a las mujeres, cercena las libertades, donde todavía se ejerce la esclavitud y la trata de personas. Todo ello tapado con la montaña de dinero que produce el petróleo y el gas natural. Y ahora, tapado con fútbol.
La escogencia de Qatar -que la RAE insiste en que se escriba “Catar”- como sede del evento deportivo de mayor impacto después de los juegos olímpicos, fue un exabrupto que pone en evidencia la hipocresía, la doble moral de las élites y gobiernos de Occidente, siempre dispuestos a dar cátedra de ética, democracia y DDHH, pero según sus conveniencias geopolíticas. Por ejemplo, Estados Unidos va a perpetrar un boicot diplomático a los juegos olímpicos de invierno que se van a celebrar en China dentro de pocos días, pero se hacen los locos ante todo lo que sucede en los países árabes aliados y ricos de hidrocarburos. Así sucede con Arabia Saudita, Emiratos Árabes Unidos, Omán, Kuwait y, por supuesto, Qatar.
En la opinión pública occidental se promueven con admiración las maravillas de ciudades como Dubai y Abu Dhabi, pero poco se habla de los regímenes que allí imperan, salvo para elogiar tímidas señales de “liberalización”. En fin, la hipocresía. Estados Unidos y la OTAN siempre han defendido o sostenido a satrapías que les sirven en sus juegos de guerra geopolíticos. Esa trayectoria la conocemos de sobra.
Qatar es una pequeña península del tamaño del departamento de Sucre, que brota de una península más grande, la arábiga, y se incrusta en el Golfo Pérsico. Desde la primera guerra mundial -una conflagración netamente imperialista- ese territorio de otrora indómitos beduinos se sometió como un protectorado británico. Durante la segunda guerra mundial se descubrió el petróleo y el gas en esas desérticas tierras y el mar circundante. El destino de esas tribus cambió para siempre, a tal punto que actualmente es uno de los países con mayor ingreso per cápita del planeta.
Por aquella época Qatar apenas tenía 28 mil habitantes. Veinte años después la población se había duplicado, para 1986 ya eran 370.000 habitantes y al terminar el siglo sobrepasaba el medio millón. Pero es en el siglo XXI cuando la población y el desarrollo de la infraestructura se disparan por medio de una gran inmigración e inversión, al igual que en los Emiratos Árabes Unidos.
Actualmente Qatar tiene más de dos millones y medio de habitantes flotantes, buena parte de ellos en Doha, su capital. No obstante, hay apenas unos 250.000 ciudadanos cataríes; el resto, o sea la inmensa mayoría, son inmigrantes, casi todos hombres. Sin embargo, esos extranjeros son de dos tipos muy distintos: unos muy ricos, otros muy pobres. Los ricos son negociantes occidentales, empresarios, profesionales calificados. La masa trabajadora tiene más melanina, proviene de India, el sudeste asiático y África, y en su mayoría están sometidos a condiciones infrahumanas, sin derechos laborales, a veces en condiciones de semiesclavitud (un sistema llamado Kafala). Trabajan en las obras de infraestructura, incluyendo los estadios del mundial, en oficios domésticos o en prostitución (recuérdese que las mujeres escasean).
Desde 1971 Qatar figura como país independiente, pero nunca ha dejado la órbita geopolítica anglosajona. Es un emirato dominado por la dinastía Al Thani, aunque dada la riqueza descomunal para una población tan pequeña, se podría decir que todos los ciudadanos constituyen una élite, que comparte la misma ideología religiosa, no paga impuestos y habla inglés (además del árabe nativo), mientras la fuerza de trabajo la aportan los foráneos. Así que difícilmente habrá quien proteste. Ejemplo que nos sirve para mostrar que cohesión social no es igual a democracia. No extraña entonces que sus ocasionales ejercicios “democráticos” sean un simple parapeto para elegir una parte de una “asamblea” meramente consultiva (consejo de la Shura), refrendar lo que es costumbre tradicional, la Sharía, o para guardar las formas frente a la “opinión internacional”.
Este país, así como otras naciones árabes e islámicas, es un auténtico patriarcado. Pero el feminismo occidental parece más concentrado en el género de las palabras, los piropos, los apellidos de los vástagos y otras minucias, que en los factores fundamentales de la opresión en el mundo: la religión y la concentración de la riqueza. En Qatar una mujer violada puede ser condenada por adulterio. Pero como graciosa concesión, ya las mujeres pueden conducir un vehículo.
En conclusión, Qatar es un régimen vil que se merece de sobra un boicot. Soy plenamente consciente de que tal acción es impopular y no va a producirse, pues el fútbol espectáculo es el mayor entretenimiento del mundo actual, como los gladiadores en la antigua Roma. Me conformaría con que algunos líderes de opinión, medios de comunicación, partidos y movimientos aprovecharan el foco puesto en tal país islámico para denunciar ese tipo de sociedades opresivas patrocinadas por el capitalismo europeo y norteamericano, y pongan en evidencia su doble moral. Shakira, ¿me estás escuchando?
Por: ELUNICORNIO.CO