Por Guillermo Romero Salamanca

La cara de Carlos Buitrago siempre tenía una sonrisa. Siempre. A pesar de los pesares.

En 1977 las aulas del Instituto Nacional de Educación, INSE, estaban en viejas casonas inglesas del barrio Quinta Paredes. Eran salones fríos a pesar de tener chimeneas, la biblioteca era pequeña e incómoda, el estudio de televisión tendría unos 30 metros cuadrados y en la cabina de radio escasamente cabían 5 personas, pero había voluntad, energía, positivismo por parte de directivos y de los alumnos precursores de Comunicación Social de la Universidad de La Sabana.

En una de las primeras promociones estaba Carlos Buitrago, al lado de otros luchadores como Alberto Saldarriaga Blanco, Clara Medina, Paco Florez, Gloria Congote, Astrid Yarce, Hugo Sierra, Jaime Garzón, Carlos Elpidio Gómez, Álvaro Ayala, Samuel Salazar, entre otros que fueron los pioneros de una gran camada de periodistas que llegaron a los medios como egresados del entonces INSE.

Carlos, un joven aguerrido de Guacamayas, en Boyacá, tenía una facilidad para hacer amigos. En cuestión de segundos tenía conversación, temas y cuadraba una cita para una próxima reunión. Fue así como de inmediato hizo amistad con Alfredo Ortega Jiménez, el decano, Eugenio Gómez, el vicedecano, el padre Ignacio Gómez, capellán, Élker Buitrago, el profesor de Derecho, Jaime Uribe Botero, de la agencia Europa Press, de Gustavo Niño, profesor de radio y televisión, de doña Rosita, la señora de los tintos, de Juan Alberto el celador y del señor que todas las mañanas sacaba a pasear un caniche negro, del vendedor de helados y de cuando alumno se acercara.

Era como una enciclopedia ambulante. Sabía de geografía, historia, matemáticas, escribía muy bien y era muy estricto.

A la hora de gastar era muy generoso y por ello encontró amistades como Hermógenes Ardila –un tanto ahorrativo—y otros como Carlos Elpidio.

Era un aventajado. Cuando aún cursaba los semestres de Universidad ya estaba en los medios. Primero en Radio, luego en prensa y hasta en televisión. Le encantó el tema político.

Organizó en la universidad los primeros equipos de fútbol. Jugaba hasta el decano y a las competencias iban las estudiantes risueñas y con ánimos de emprender la carrera de Periodismo.

“Nos conocimos en 1984 en el Noticiero Todelar. Yo llegué a cubrir económicas y él manejaba la información política con Hugo Sierra. De ahí nació una gran amistad que se eternizó y se hicieron frecuentes las llamadas, las reuniones sabatinas, la compañía en el Congreso en los prolongados debates tributarios y la organización de partidos de fútbol, que nunca se perdía, y allí celebramos por igual los triunfos y las derrotas y  Carlos era el encargado de armar las “vacas”, pagar las canastas de cerveza y las picadas, y de pagarle al árbitro y contratar el bus para las giras interdepartamentales y municipales”, recordó el periodista Hermógenes Ardila.

“Era defensa y cuando faltaba el arquero se ofrecía para tapar. Lo hacía bien y confieso que le metí un par de autogoles, agobiado por la falencia de los laterales y la ineficacia de los delanteros”, sigue en su relato.

En Armenia hicimos un gran partido, y, sin embargo, perdimos; en La Dorada, cuando adelantaron la hora por el apagón, nos deshidratamos y el equipo del Senador Víctor Renán Barco nos ganó 6-0.

Carlos Buitrago había reclutado jugadores de todas partes ante la ausencia de los titulares, y muchos resultaron troncos. La derrota fue vergonzosa y la “vaca” más abultada.

A estas alturas ya estaba retirado del oficio, pero no del fútbol. Jugaba en un equipo de rodillones que había conformado en el barrio Cedritos y no faltaban las invitaciones de fin de semana. Nunca me uní, porque desde hace 5 años regalé los guayos y le huyó al dolor de los tobillos.

De Todelar saltó brevemente a RCN Radio y luego a Caracol. Bien informado en asuntos políticos, con una nutrida agenda de contactos y un olfato periodístico desarrollado, Buitrago deja un gran legado en su oficio de reportero”, contó en su relato Hermógenes.

UN PERFECCIONISTA

Carlos pasó por varios medios de comunicación, pero un día fue contratado por el Congreso de la República para que orientara la oficina de prensa.

Álvaro Ayala, otro comunicador y colega de Carlos, departió con él decenas de días en el edificio donde fabrican leyes todos los días.

Estuvo en los hechos de la vida política nacional como la creación de la Constitución del 1991, el proceso 8.000, la posesión de más de 8 presidentes de la República, conoció proyectos desde la incubadora, habló con miles de políticos, centenares de asesores, mantenía su rosario en la solapa de su saco y nunca dejó su sonrisa a pesar del estrés producido por la inmediatez de la noticia.

“Fuimos compañeros y amigos en la Universidad de la Sabana, pero buenos colegas cuando transitamos por la reportería política.  Fue de los primeros en cubrir Congreso, egresado de la Universidad. Desde que llegó, le gustó tanto la fuente que ahí se quedó. Su cercanía con todos los legisladores le permitió trabajar durante muchos años como periodista de la Cámara de Representantes.  Tuvo una particularidad que lo convirtió en alguien muy especial. A los reporteros novatos que llegaban a cubrir el Capitolio Nacional, les servía de guía. Era todo un profesor. Nos explicaba cómo se tramitan las leyes y el lugar de las comisiones donde se adelantaron los debates.  Quería mucho al congreso y guardaba mucho respeto por todos los legisladores, sin importarle el color político”, contó Álvaro.

“Nos enseñó que después de las plenarias debíamos buscar a los ponentes y la oposición para complementar el equilibrio de un buen informe.  Un detalle lo hizo un ser excepcional. A los presidentes de Senado y Cámara les pedía dotación para los cargaladrillos que allá trabajábamos. Máquinas de escribir, papel, sillas, escritorios y la greca con café nunca faltaron en la oficina de prensa que siempre nos acondicionan, gracias a sus oficios”, recordó Álvaro.

“Un día fui a cubrir un debate y se enojó porque no llevaba corbata. Al Salón Elíptico no lo dejan entrar mal vestido, se quitó su corbata y me la prestó. Tuve la mala suerte que por esa época a los periodistas también nos servían tinto como a los congresistas y se la manché porque se me regó. La estaba estrenando, su esposa   Aurora se la había dado de cumpleaños. ¿Ahora qué digo en casa? Me increpó y terminamos en risas”, rememoró ahora el eximio comunicador.

“De sus hazañas como futbolista no les cuento cómo jugaba porque quedo en fuera de lugar”, comentó Álvaro.

“Siempre lo veía uno sonriente en los salones de las comisiones, muy amable y gentil”, recuerda Isabel Alonso Parra.

“Muy profesional y dispuesto a colaborar con los periodistas”, manifestó Lilia Plazas.       

A quienes le conocimos nos embarga una gran tristeza por la partida este martes 6 de septiembre, del amigo y compañero. Dios lo tenga en su santa gloria. Nuestras condolencias para Aurorita su esposa, Adriana y Carlitos, sus hijos, y para toda su familia. 

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