Historia del colombiano que juega en Ucrania, en medio de la tensión bélica.
Gilmar Bolívar, futbolista colombiano en Ucrania, cuenta cómo vive estos momentos, ante la crisis. Está tranquilo, pero alerta.
¿Qué va a hacer usted a Ucrania? –le preguntó a Gilmar un funcionario de Migración, en el aeropuerto El Dorado de Bogotá, el pasado 2 de febrero.
–Soy futbolista. Allá juego. Ya viví allí.
–¿Acaso no sabe lo que está pasando allá?
–Sí, lo sé. No estoy desinformado del conflicto.
–Le voy a dar un consejo: cuídese, y ante cualquier cosa, ¡salga, salga lo más pronto posible de Ucrania! –le dijo, muy serio, el hombre de Migración.
–¡Mieeerda!, esta vaina como que es grave… –dijo Gilmar, y sus piernas de futbolista se le doblaron.
Gilmar Bolívar es barranquillero, del barrio Rebolo. Tiene 20 años. Juega de volante mixto y desde hace casi un año está en el Karpaty Halych de la segunda división de Ucrania. Vino a Colombia a pasar el fin de año con su familia, pero ya era hora de regresar a la pretemporada porque el siguiente campeonato empieza en marzo.
Regresa justo ahora, cuando los extranjeros quieren irse. Justo ahora, cuando el mundo mira con alarma a ese país. Justo cuando hay amenaza de una invasión rusa a Ucrania, y con una creciente tensión entre Rusia y Estados Unidos.
Durante los últimos meses que pasó en Barranquila, Gilmar se informó de la situación política que se vive en Ucrania. Y, sin embargo, estaba tranquilo de volver. Pero las palabras del funcionario de Migración le despertaron algo de angustia. Alcanzó a pensar en no viajar, en tomar un vuelo, pero de vuelta para Barranquilla.
En medio de la tensión
Al fin se decidió. “Vamos pa’ esa”. Y arrancó para Ucrania con su equipaje de futbolista. Un vuelo hasta Panamá, luego otro que lo llevó a Turquía, donde le hicieron más controles de los habituales. Se sintió más forastero que nunca. Como si la gente no entendiera qué iba a hacer un colombiano a Ucrania en esta época. “Es comprensible, soy negro y colombiano, allá dirían: ‘¿este niche qué viene a hacer por acá?’”, dice Gilmar.
Gilmar Bolívar, un colombiano en Ucrania.
El viaje fue eterno. Apenas cruzó palabras con una señora que iba para Estambul. Pero desde allí hasta Ucrania se sintió muy solo. Sin hablar ucraniano. Sin hablar ruso. Con escaso inglés, y con la expectativa de qué se iba a encontrar en su regreso a ese territorio. Pensó que quizá vería muchos soldados o tanques.
‘Soy verraco, puedo afrontar esto. No va a pasar nada’, se dijo para minimizar los nervios. Su destino era Halych, un poblado ubicado en el oeste de Ucrania, a 7 horas en tren desde la capital Kiev, y donde viven aproximadamente 6.000 habitantes. Un lugar de montañas, catedrales, castillos y ruinas, donde las casas guardan ese contraste entre la vejez de sus paredes descascaradas y la modernidad de sus amplios espacios interiores. No encontró nada raro. Ni soldados ni tanques. Entonces se fue tranquilizando. Su verdadero temor fue por el frío. Por estos días la temperatura ha llegado hasta los -7 grados. Cuando se asoma por la ventana de su apartamento, solo ve blanco: una feroz nieve es lo único que cae del cielo.
Sin embargo, Gilmar, quizá por la recomendación que le hicieron en Bogotá, ve noticias a diario. No muchas, para no sugestionarse. Además, como no entiende el idioma, las noticias le quedan a medias. Sabe que hay tensión. Sabe que el mundo mira a Ucrania con alarma. “He investigado. Sé que hay un conflicto entre Rusia y Ucrania, pero tampoco me meto a fondo con el tema. Escucho hablar de que hay amenazas, que el señor Putin –presidente de Rusia– dice que tiene los soldados ahí listos… Uno está a la expectativa”, relata Gilmar, y su voz suena tranquila.
Es que no quiere pasarse el día pensando en qué puede ocurrir. Además, no siente que el conflicto lo esté tocando directamente. No por ahora. En el poblado donde vive, en vez de tanques militares, lo que se ven son carrozas que pasean turistas. Gilmar no percibe la tensión de la eventual guerra. Sí ha visto más vigilancia policial de lo normal, sobre todo en las noches. “La tensión la viví más en Bogotá, por lo que me dijeron. Pero en Ucrania no se siente tan fuerte”, asegura.
–Gilmar, te vas a jugar a Ucrania –le dijo hace un año su representante.
–¿Y dónde queda eso? –respondió Gilmar, y ahora que lo recuerda, suelta una carcajada. Pero no bromeaba: no conocía la ubicación. Y mucho menos imaginaba que allí pudiera haber una amenaza de guerra.
En Colombia había estado en Atlético Nacional, en una pretemporada con el DT Juan Carlos Osorio. En Ucrania vieron los videos de Gilmar, su manejo de la pelota, y lo ficharon. “No voy a decir que dije ‘¡ay, qué felicidad!’. Obvio sí, por jugar al fútbol, pero ni por la cabeza se me pasaba que en Ucrania, y más esta ciudad que es todavía más extraña”, dice.
Ahora sabe bien dónde está parado. Lleva 14 partidos en la segunda liga ucraniana. Dice que se destaca porque los ucranianos juegan al choque, y a él le gusta el buen trato de la pelota. Disfruta su estadía allí, aunque esté tan solo, porque en estos momentos es el único latino del club –el año pasado había varios argentinos y hasta otro colombiano, Duván Balceiro, que ya no están allí–. Hay un ghanés. El DT es español. Y de resto, ucranianos y rusos.
En los entrenamientos sabe que sus compañeros hablan del tema político, pero por el idioma le cuesta entender qué comentan. Hace poco hubo una charla del director técnico sobre el asunto, y Gilmar, que se vale de una traductora, supo que hablaban del conflicto. “Es una mujer a la que no le gusta que nos preocupemos. Solo me dijo que estaban hablando del tema, que hay amenazas del presidente. Pero no dijo mucho más, teme que nos asustemos y salgamos corriendo pa’ las casas. Hace días escuché que hay no sé cuántos soldados esperando. Y un amigo ucraniano me contó –le entendió con un traductor de Google– que está difícil todo por acá”.
La Cancillería colombiana informó a comienzos de febrero que se puso en contacto con alrededor de 50 colombianos que viven en diferentes partes de Ucrania, principalmente en Kiev, para llevar su registro y poderles brindar apoyo en caso de que haya una emergencia. A Gilmar nadie lo ha llamado. Su único contacto fue con el funcionario de Migración en Bogotá.
A la distancia, su familia tiene cierta calma. Pese a las noticias que cada vez son más alarmantes sobre movimientos de tropas, Gilmar se ha encargado de que no se angustien. “Si yo estoy tranquilo, ellos están tranquilos. Si me escuchan desesperado o nervioso, eso les voy a transmitir. Y si le echo mucha cabeza a esto, seguro me afecta en lo deportivo y no es la idea. Lo que más espero es que limen asperezas por el bien de todos”, comenta.
Así que Gilmar no quiere desconcentrarse. Quiere seguir jugando fútbol en el club que le abrió las puertas, y mostrar sus condiciones, las que un día lo llevaron a la selección Atlántico y a la selección Bolívar y a la pretemporada con Nacional. Sabe que está lejos, y que está en una liga poco visible, pero tiene sueños, quiere ir a un club más grande, tener mejor salario. Por ahora, mientras pasa el invierno, se entrena en el gimnasio, pasa tiempo en su apartamento y a veces mira noticias. Gilmar parece estar tranquilo. Parece.
–¿Está tranquilo? –La pregunta es para confirmar. Y Gilmar hace un breve silencio, como si las advertencias del funcionario de Migración aún retumbaran.
–Sí, estoy tranquilo, pero con las alertas bien puestas. Sé que con esto no me puedo relajar…
EL TIEMPO.